sábado, septiembre 10, 2011

Canadá es una monarquía de diez millones de kilómetros cuadrados.




Entiendo que te hace falta el mar, la playa y las palmeras henchidas de cocos pero, mete todo tu pensar en perspectiva y pondera todo, siempre pondera todo lo en tu entorno; en la vida ni siquiera los reyes ni los potentados pueden tener todo a la vez. Para evidenciarte mi pensar me permito informarte que el hombre más rico del Mundo es un mejicano, se llama Carlos Slim Helú, acaba de regalar un museo a la ciudad de Méjico, sólo el edificio costó 80 millones de dòlares, pues éste hombre dueño de una fortuna de ochenta mil millones de dólares gringos no vive en la playa ni en el mar Caribe, ni en Brindisi, él vive cerca de aquí en Nueva York con nieve y frío en invierno, Slim Helú tiene sus negocios en el Norte, así que toma nota que si él que podría vivir en Ibiza, Biárritz, la Costa Azul, en la Costa Brava, a orillas del Mar Adriático en Brindisi, Carlos Slim podría vivir en lugares de ensueño y no lo hace, él vive como tú y como yo en el norte por el mismo motivo. Quizá te caería bien ver lo bueno y lo bello qué aquí hay, si soslayas a las personas que no son malas por no bailar cumbia ni samba ni ballenato y ves solamente la latitud en que te hallas te ayudará a dejar del lado la mar que tanto extrañas y verás lo que tienes que es mucho, te cuento de mí sin querer meterte a una como secta religiosa, yo salí de una ciudad (Distrito Federal Méjico) contaminadísima del aire, además de contaminada hasta el paroxismo de ruido y visualmente sucia hasta el delirio. Cuando yo llegué al Canadá me fascinó ver tantos árboles, tantos parques bien cuidados, me asombró ver el cielo limpio, me asombró ver castores a dos calles de mi casa, nunca yo había visto un zorrillo y hoy los veo con frecuencia.

Yo que dejé una ciudad con viente millones de personas y con cien mil autobuses, ciudad la que dejé con miles de fábricas y no sé cuántos millones de automotores creo que son tres millones de carcachas que por la miseria no están afinados y expelen toda suerte de bencenos letales cancerígenos, algo irrespirable es ese D.F., con esto yo ya gané cien por cien pues es necesidad fundamental respirar antes que nadar en la mar. A mí me impresionó el portentoso Río San Lorenzo, imponente río el San Lorenzo, en mi hermosa ciudad D.F. llena de bellos edificios españoles los ríos que hay son de aguas negras llenos de perros muertos, de niños que dan vergüenza su afrentosa miseria jugando con piedras enmedio de las aguas negras de todas las acequias, gárgolas y caños que echan a los ríos las aguas de orín y deyección, a más deso los ríos de mi Ciudad D.F. están saturados de cientos de miles de bolsas de plástico, neumáticos que nadie llevó a un sitio para su RECICLAJE o reciclamiento y, uno qué otro cadaver de alguna mujer que el novio macho mató hace algunas semanas.

En mi Méjico las propiedades están valadas de verjas, cercas, rejas, muros, murallas y coronadas con alambres de espinos. Las casas en Canadá jamás están valadas por vardas si acaso raras son las que vemos con cercas plásticas que de un puñazo cualquiera derriba si quiere. Acaso, en Canadá, la seguridad está vinculada con esa arquitectura. Las casas en Canadá, así como los edificios, no cuentan con bardas, verjas, rejas, murallas, como acontece en Méjico. En Canadá no existen las bardas entre los predios, en general si acaso son setos los que marcan como agrimensor las propiedades, acaso la seguridad se apuntala en la equitativa distribución de la riqueza, lo que al menos evita depresiones económicas como la gringa. Este beneficio de no usar bardas, muros, murallas, débese a el elevadísimo nivel de seguridad que priva en el Canadá, por supuesto que hay criminalidad, pero es el nivel de los menores del Mundo, además que siempre está en disminución.

La casa o morada latinoamericana es más bien una casa hecha bajo la traza hispanomozárabe, o si se gusta arábigo-andaluza o hispalense, estas casas son un universo en sí, la vida es hecha al interior en torno al centro ocupado por una cantarina fuente, en esas casas mejicanas hay una retahíla de cuartos dónde unos son dormitorios, cámaras, salones, salas, baño, cocina, refectorio, despacho, etcétera. Las casas españolas son más bien para aislar la familia de los seres externos, es decir, de los de afuera, de los extraños y vecinos. Por el contrario la casa en Canadá es un reflejo de su gente, como lo es la casa hispana la que es refleja la hipocresía de sus moradores, seres que ocultan su sexualidad, sus sufrimientos, sus carencias y sus dolores.

El Canadiense, como nuestras casas, somos abiertos, ocultamos virtualmente nada nuestra sexualidad, nuestros líos, en general el canadiense ventila sus sufrimientos, sus carencias, en hablando de carencias recuerdo bien a un concerje que tuve que desesperado por no poder arreglar un cerrojo se dijo a sí mismo en voz alta “¡carajo que hago esto por no ser una persona con instrucción!”, es me asombró pues en hispanoamérica el más analfabeta califica al que más sabe y eso es desproporcionado, recuerdo al novio de mi ex amiga, un palurdo mugroso sin escuela primaria quien le dijo a su novia, otra analfabeta, que yo no sabía nada.



Paradójicamente Canadá goza de la dependencia a el azúcar, palabra árabe que designa la savia de una planta tropicalísima, pues que el azúcar se consume de modo de dependencia por los canadienses en casi todo producto, hasta hamburguesas saladas contienen azúcar para desatar la dependencia, es una tristeza que producto tan nocivo como lo es el azúcar sea un producto exageradamente consumido en Canadá. Otro condimento deletéreo que el canadiense consume en exceso es el mineral sal, la sal la hallamos en exceso hasta en el pan de caja.

Esas dependencias a la sal y al azúcar son fomentadas por la industria alimentaria para desatar la dependencia a los productos. ¡Hórrido proceder deleznable ése el de la industria ésa!.

No hay comentarios: