sábado, febrero 13, 2010

PONDERACIÓN A UN BALUARTE



PONDERACIÓN A UN BALUARTE


Temistitlán-México, febrero 14, 1983



PREGÓN


Por el sentimiento que os profeso a usted, feraz caballero, le entrego esta misiva epístola la que lejos de execrar, lleva el puro deseo de acicatearlo para que pronto recupere su vehemente febrilidad, que con amor le deseo sea breve, para así pueda usted seguir ostentando su conspicua elegancia, personalidad, y refulgente templanza.


Esto como suele decirse es “de muy buena fe”. Recuerda: si mueres te mato.



José Francisco Gilberto Escobedo Mena y Pino




PONDERACIÓN A UN BALUARTE


En el pueblo de Tlalpam se divisa una casa, se vislumbra sola, se le ve lóbrea, evoca aislamiento, es una gran casa de piedra. Vasta casa solariega. Su disposición es de hacienda, enjalbegada toda, con jardín en su pórtico donde hállase un árbol que como agorero, ventea la muerte. Guarda ella cosas y joyeles de valíañ en un alféizar de encalada pared, se observa una ringlera de hispalenses y panochos abanicos, holoséricos unos, ya de gorgorán, ya de tafetán, frisados todos, áureos y argentíferos otros más.

Un abalorio que pende de gran araña, deja salir un trémulo centello, como interpelando.

Junto a un bargueño taraceado, sobrepujado de ebúrneas figuas de ultramar, se halla un hombre, llora, gran pena denota su talante; el contribulado hombre es alto, enhiesto, posee una majestad soberbia. Su mujer es la causa del ingente y lastimero plañir que lo acongoja, a quien la muerte tocó la aldaba de su vida, incruentamente, le arrancó el alma del temporal cuerpo, para que Dios, nuestro bien, la tomara para sí. El hombre con su insufrible cuita, devanea dentro de su deliquio, cae postrado bajo el soporífero de su atribulación, exánime. Su rostro, que es el reflejo diáfano del alma, no hace sino ostentar con mayestática elegancia, su nobleza, ya de linaje, ya de alma, que la de él es lilial. Deja ver su albura en prosapia, la fláccida elegancia con que yace. Requiescat.

El consternado caballero posee dos hijos, grácil el “xocoyote”, rechoncho el primogénito, antípodas uno del otro. El caballero rechoncho lleva por nombre José Luis Arias Gancedo, y Caballero es de Calatrava, y miembro de la Orden de Santiago; se barrunta descendiente de Gil Arias, quien como don Luis Rodríguez de Alconedo, plasmó su Real telento en herrajes y hermosas piezas de vizcaino hierro, en pasados mejores. Del Real, apellido vetusto de sus ancestros; gran alharaca hace del patronímico con su mesura, con la parsimonia y frugalidad conq ue da trato y lección a “todo Dios”. Este mozalbete Señor, posee una calidad inmarcesible, ya de alma, ya de crúor. su presencia granada y la bizarría de su prestancia le confieren privanza. Vívida es su impertérrita templanza. todo un portento. Así y todo, interviuva y departe con aquiescencia y manera; cogitabundo colige y medita, siempre, antes de interponer a punto fijo, toda vez, el sorites o el entimena; siempre en desiderátum. Lo diáfano de su estentóreo fragor y su coruscante presencia le otorgan acendrada imponencia, la que ostentada es con virtud pueril. Preexcelso es su bruñido ser, por lo que toda dama palaciega y de pro al encuentro le sale; como imán su denuedo atrae también a toda dama manceba y barragana; por amigo anejo, es todo caballero, ¿quién no desea tener el bien de su inconmensurable amistad, de la que irrefragablemente obtiene luengos favores y melíficos detalles?. Querido es de chantres y, en general de prebendados miembros de la grey clerecía; y no sólo de prosopopéyicas personas allega amistad el hijodalgo, también otrórgala a fútiles y banales personas, carentes de laya Real, tal cmo el que escribe. el impetrado Ser de quien fablo, paradigma es de elegancia, así y todo, con deferencia contemporiza; con levedad, hace toda solicitud a resolución. el isócrono de su andar, deja un vislumbre de tranquilidad, ya de la mansedumbre que posee. El mancebo, dado a labores pictóricas, deja salir de sus manos eximios daguerrotipos, analogías fieles de la realidad que contempla. Gran sabedor también lo es en el arreglo y compostura de coches; un gozne aquí, una falleba por acá, la colanilla por allá, la sopanda acullá y que esto otro, con cola de milano; todo entregado y con mucho acierto es en la compostura y mejora de bombés, forlones y calesas, dejando siempre muelle, cadencioso y con acierto todo coche y carricoche; parece que donde entra su mano deja todo en concierto. Suélese decir “en casa de herrer, azadón de palo”, aquí esa conseja se barrena ya que es de su propiedad hermoso tílburi, que mejor, imposible puede estar. Siempre se le ve con una genuflexión, hincado, o supino, bregando hasta por un maravedí; en volandas gran holgura y contento da a su espíritu, con las pingües ganancias y labor que desarrolla; siempre con diligencia y con destreza dobla y tresdobla lo que en él se deja. ¡Quía! ¿quién no requiere de él, a más que halagüeño es su tratar?

Ya de ser buen auriga, sus andanzas fueron varias, sus viajes largos y fustigantes, de Flandes a Prusia, de México a Escocia; al reyno de Valencia, siempre, a rendir oración en la tierra de sus mayores al Santo Obispo Tomás de Villanueva.

Para él menester es siempre obsequiar a todos con una sonrisa, que da regalo y contento al corazón; como la obra del preclaro valenciano Tolsá, grave, soberbia y elegante, es la prestancia del mozallón.

Diatriba para el mal es a perfección; la maldad, naturaleza inmanente al hombre, y que lo es en veces a la naturaleza, perpetra, increpando, iniquidades, pero Dios, innocuo, guía por el camino de la vida para bien.

Negra la tarde del estío, la cerrazón nubla el verdor del bosque, un centelleante rayo espeta un árbol, como venido del flagrante averno. A lo lejos un lebrel aulla, como que el hálito, el resuello fétido del hedor de una miasma, lo perturba con pertinacia, dirimiendo y en pos de exoneración, en busca de ser expiado, aulla. Sucede la tarde, ya como redimida, ella y su ralea la naturaleza rediviva. Se comienza el arrebol en una impoluta nube.

Con celeridad, en su tílburi accidentó; trató con antelación, dar alcance y mancillar su bruñido asedar, al coruscante y perínclito caballero, la taimada y fementida señora, quien a todos indefectiblemente aherroja, la nefanda muerte; con sendo zurriagazo, en gran zarabanda, en intento errado, arrancóle lo que al Obispo Pike en ignoto país. Paredaño del patíbulo viose. Fallóle la celada al mal, ya que será mayor su perfección.

Ahora que en marra se haya su addenda, deberá aprender a recobrar su parquedad para así, volver a yantar con todo el arte cisoria, que como antaño, hogaño seguro podrá, ya que la reyerta que con la señora negra tuvo ganó; vituperará como hasta siempre, la chabacanería del vulgo popular, y crecerá su majestad y señorío. No siendo lo anterior adagio, sino una realidad, en virtud que seguirá como alarife de su destino, henchido de triunfos, ya para él conocidos, seguirá.

Se vislumbran los albores de los preeminentes relumbres que deja ver la madrugada, reverberan en el delirante barroco del levítico frontispicio de vetusta parroquia; a poco más, de dej oír a lo lejos el tintineo de una campanilla que llama sorores al maitín. Un canoro ruiseñor dejó escuchar su canto, que se fue a mezclar con el del agua que manaba feliz de una fuente en piedra labrada.

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