viernes, marzo 19, 2010

Ma vie au Mexique


En cierto mes a las quince horas siempre caía un chaparrón impertérrito que me daba la idea de que la atmósfera sería limpiada de tanta herrumbre y deyección pero, no, con lluvia, llovizna o con tromba el cielo siempre conservaba, y conserva, un millón de toneladas de ácido, plomo, herrumbre, deyección humana y perruna... me desazonaba el pensar que toda mi vida completita estaría agredida por la violencia de ese benceno que deshace las membranas pulmonares de nosotros. Mi yerro estribaba en que no pensaba yo que empeoraba siempre esa concentración de químicos y gases tóxicos que hinchen ese cielo que ya no lo es, de el D F capital de la República.

Veía la vetusta techumbre que a guisa de tambor reverberaba el caer cadencioso de el agua pluvial, escuchaba yo muy extático ese llover que me daba la esperanza torpe de que dejaría limpio el cielo y el aire sería diáfano, ¡tonto de mí! que no, que el cielo nada que límpido sino que los charcos que dejaba el aguacero de las quince horas hacían el júbilo de los abyectos conductores quiénes se solazaban al pasar sus neumáticos sobre los charcos para rociar o bañar a los viandantes. Esto porque en México hay que ser violento, hay que odiar al que no anda en coche como buen caballero de a caballo, los de a pie son parias, son ilotas inmerecedores de la Penitencia, parece ser.

Con azoro veía a la pobre secretaria miembro de el Jodidaje caminar con su faldita corriente comprada en la Colonia Morelos (Tepito llaman a ese peligroso barrio), tratando de guarecerse de el mentecato hijo de puta (con respeto a las putas) bellaco que la rociaría por ser pobre. Pobre en un país dónde la mitad lo es, ese odio de el mestizo hacia el igual es lamentable, ese odio de el mestizo por el pobre es... ese odio del mestizo hacia el indio causa dolor, mueve a compasión, causa indignación.

La techumbre amén que era novísima, presentaba una apertura enorme que dejaba entrar la lluvia y la herrumbre lo que siempre tenía muy sucio mis mercaderías de mi exiguo Local Sesenta.

Había un barbaján drogadicto que se paseaba siempre enfrente de mí, le decían "el Monino" porque venía de el barrio Molinito (el), este hombre Monino me llamaba a mí "es Sesenta", o "Joven".

El domingo era mi día crítico pues el siniestro vecino mío, luis sánchez, no abría, pero era mi día crítico porque ese día me deprimo siempre, en el Mercado mucho más me deprimía, era asqueroso lo que sufría yo con esos domingos en que pervivía taciturno y melancólico. Paradójico que siempre recuerdo con afecto ese Mercado Veinte, imagino que es la mala educación que tuve la que me hace que haya amado ese Mercado Veinte pues ¡rediez que me las vi mal allí dentro!. No puedo soslayar que gozé durante mucho tiempo del afecto de la Condesa de Medellín, indina proba y megalómana nada prepotente y buena servidora y decidora, rectora de los destinos de esas personas. Aunque luego se tornó contra mí.

El gordo que era hijo de don Pedro quien vendía moles y chile seco, el gordo se llamaba si mal no recuerdo Fernando, él era callado pero era simpático, su hermano parecía matón, cara maya y pelos largos lacios, de buen cuerpo y de mejores nalgas.

Frente a mí estaban mis compadres Armando y su esposa, con sus hermosos hijos e hijas que son un amor de lindura. Mi compadre Armando era calladísimo, no así su esposa a quien le decíamos Adela aunque su nombre era Crescencia.

En lontananza estaba Romualdo quien era un ser atrabiliario y extraño a más no poder, ya lo he dicho, este hombre tan rudo tuvo una retahíla de hijos genios todos y todas, las hijas hermosas chicas inteligentes, los varones ostentan una cultura fuera de serie, mucho más elevada que la que ostentan las clientas y los clientes de esa francesa Colonia Roma y de esa presuntuosa Colonia Hipódromo de la Condesa de Miravalle. Era asombroso ver cuán analfabeta es esa gente pretenciosa y vana. Recuerdo a una clienta mía que siempre se le iba la vida en hablar de la cantidad tan grande de camisas que tenían sus hijos, hermosos éstos eso nadie lo niega pues el padre era bello a más no poder pero la madre, tenía un cerebro de pollo con todo y su belleza.

Una señora cliente mía que era adorable era la señora Lavín, quien me dejó absorto cuando me confesó que yo había logrado en ella reflexionar sobre sus orígenes pues ella, blanca de carnes con ojos hermosos color verde se presentaba como india, en fin, son las expresiones de un país surrelista.

No todos los clientes eran pretenciosos, no, la mitad tal vez yo puedo afirmar, uno era adorable, un hombre homosexual tierno y dulce, se le veía más bien pobre, su apellido era Helguera, ese hombre siempre fue encantador y amable.

Esa Colonia Roma, a diferencia de países desarrollados, amén que tenía un nivel bueno de vida su gente, pues era gente con automóvil, horno de microondas, casa de tabiques con electricidad, algunos viajes al extranjero, trabajos en oficinas en altos edificios de barrios de elevada calidad, amén de todo esto, su gente que era homosexual no se comunicaba entre sí, había un silencio y un ocultamiento apabullante sobre su condición de homosexuales, era triste ver la incomunicación que pervivía entre esa gente, media humanidad era gay pero no se hablaban entre sí, eso daba horror verlo y sufrirlo para mí que vivía en un barrio alejado a esa franca Roma, franca de francesa y no de abierta. Una vez en el cine Gloria sitio dónde nos dábamos cita para refocilar conocí a Antonio Peón Mediz, nieto de Antonio Mediz Bolio autor de "La Tierra Del Faisan y Del Venado", libro que Antonio me obsequió dicho sea de paso, pasé la noche con él por cierto en su penthouse de la Calle Aguascalientes, hermoso hombre, su esposa tan hermosa como él, criollos ambos, lamentablemente Antonio Peón Mediz se sentía heterosexual. Antonio Peón se ufanaba por tener todos los cassettes de Johnny Mathis, y en efecto, tenía toda la música de ese cantante también homosexual.

La chica que me cortaba el pelo se llamba Sandra, lindura de chica de origen libanés, la bella Sandra se enamoró y se casó con un mejicano, su pobre madre sufría mucho pues ella lo calificaba de indio y la pobre mujer vivía transida de dolor por ese matrimonio, creo que esa boda la mató a la santa señora pues, sí, en efecto, el tío aparecía indiecito y sí, Sandra era hermosísima y encantadora como persona y la pareja era más bien dispareja pues ella era linda y él, muy educado pero feo con cojones.

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