domingo, febrero 14, 2010
A las seis de la mañana siempre escuchaba el canoro
A las seis de la mañana siempre escuchaba el canoro de los pájaros del árbol de la mansión de junto, la casa que hubo construido mi buen padre era muy chica aunque mis tíos se ufanaban que era algo grandioso. Esos pájaros siempre me evocaban la libertad, libertad para viajar, para ir, para venir, para largarme, libertad para ostentar mi cuerpo, libertad para gritar lo que yo pensaba, que lo que yo pensaba era más estructurado que lo que los otros pensaban pues, en general, los otros pensaban de manera totuosa y torcida verbigracia mis tíos aseguraban que los hijos adoptivos forzosamente eran criminales, falso de tomoo a lomo.
Esas aves me rememoraban a diario que debía largarme, jamás lo hice por cobarde, por fobia social, por miedo al otro, por ataques de pánico, porque según yo no valgo sino poco, eso sí: mucho más que muchos.
Mi padre hizo esa casa, la que por necesidad tuvo que vender en unos cien pagos de unos pesos a mi tío Antoñito su hermano de mi padre, pagos que transcurrieron a lo largo de decenios, decenios en que mi padre tenía algo de dinero en la bolsa. Mi padre perdió su trabajo durante cinco años...
En esa casa vivía mi abuela la madre de mi padre, mujer a quien yo jamás le vi sentimiento sino de desconfianza, ira, cólera, rabia, enojo y crítica al otro y a la otra. Era una mujer mi abuela, sumamente disfuncional, no estaba jamás presente, era como si estuviera siempre absorta o alienada o enajenada por un arrobo del más allá, de la otredad, de la vida ultraterrena.
Habitábamos esa casa mis dos tías, una dellas el ser más malo que he visto en mi perra vida martingala. Mi tío Antoñito y mi padre.
Barrunto la etiología de mi fobia social y el miedo que presento a la gente porque jamás recibí reconocimiento a lo que hacía, siempre lo que yo hacía era, a los ojos de mis tíos, de poca valía. Siempre para mis tíos el otro, ora el vecino, el amigo, el hijo de la amiga, etc. eran los que realizaban trabajos, pinturas, viajes, afirmaciones, matrimonios, logros laborales, etc. fantásticos, lo que yo hacía era, a ojos de mis tíos, algo fútil y estúpido. Siempre me recordaban la cara de bobo que tenía y lo feo que era. Siempre o casi siempre fui gordo. Siempre fui un hombre angustiado por el futuro y siempre ansioso, a más que obsesivo, lo obsesivo me dejó bellos frutos como el aprender a niveles egregios la lengua de Castilla pues, ya viejo, me percaté que mi tía raquel, quien se siente siempre maravillosa, en sus lacónicas y contadas cartas y correos electrónicos vi su pésia ortografía, eso la denunciaba como gente de poca estofa ante mis ojos, tarde me percaté de la estafa de esa familia pero, ya demasiado tarde pues ya el indeleble daño estaba hecho, a más que ya yo viejo, jodido y ya minusválido pues... ya nada da saberlo tan tarde en esta mi martingala vida hórrida.
Si os preguntáis qué mi padre hacía conmigo, pues que mi padre me quería mucho pero, él con la influencia nefanda del nefario de sus hermanitas me veía, asombroso, como el padre que ve a su hijo tarado. Sus hermanas y hermano Antoñito siempre lo incitaban a que me pegara, era descargar su falta de erotismo y su violencia en mí quien sólo consagré mi puta vida a darles gusto, lo que jamás logré: jamás lo logré.
Mi tío de manera ambivalente me decía quererme mucho. Ambivalente pues me daba regalo en el cumpleaños mío pero todo el año me vapuleba con que yo era bobo, tonto, menso, estúpido y horroroso, además que me recordaba que nada lograría yo en la vida, lo que por sentido común fue ciertísimo pues que así fue planeada en mucho mi vida pues cargo el lastre en mi matalotaje el que nada merezco ni nada lograré nunca jamás, lo que casi siempre lo hago realidad, excepto un grande logro que obtuve y que fue el de, tarde, haberme largado de esa familia, de ese país, de esa sociedad, de esa cultura violenta, de ese país miserable.
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