jueves, febrero 18, 2010
JAIME
Jaime Agvilar Hernández fue un amigo a quién yo quise muchísimo.
Conocí a quien llegara a ser mi esposa. Ella una vez me dijo que Jaime, quien vivía con nosotros, intentó seducirla para follar con ella, a esa sazón y merced de que yo sentía que debía actuar como socialmente todo hombre actúa, yo le pedí que se fuera de el departamento. Si yo hubiera estado consciente de que no soy partidario de la monogamia ni de la exclusividad en la pareja, es decir que no soy de la idea de follar sólo con una misma persona siempre como lo dictan los cánones sociales, ni soy partidario de el ideario de la coacción coercitiva de prohibir nada a la pareja, yo si supiera y tuviera el criterio que hoy ostento, nunca hubiera reñido con Jaime.
La amistad con mi querido amigo Jaime era tan fuerte que, él siendo heterosexual, siempre que estábamos borrachos hacíamos el amor Jaime y yo, de ello no teníamos culpa ninguna y, recíprocamente, nos dábamos carnal placer el que gozábamos con mucha alegría, muchas veces hacíamos el amor compartiéndolo con otros hombres a la vez, era muy placentero a tres o a cuatro hombres a la vez. Afortunadamente esta relación en la que refocilábamos Jaime y yo a dos, o a tres, o a más, era más bien natural que cogitada. Fui tan imbécil yo que, obedecí de manera irreflexiva los deseos de mi esposa en aquel momento de su recuesta sobre la seducción de Jaime a ella, hoy le hubiera dicho simplemente de aceptar de hacer el sexo a tres y punto, o si bien, si le plugiere que lo hiciera con él si así le apeteciere, en fin, hoy veo una parafernalia de posibilidades en lo tocante al sexo.
Igual cuando una vez Lilia hizo un escándalo de que su amiga intentó acostarse con su novio de ella, a ese tenor debí decirle a la aturdida amiga como hoy lo concibo: que el novio era libre de follar de vez en vez con quién le plugiere, de que la amiga no era mala amiga por refocilar una vez con su novio de Lilia, y que ella debería también gozar de ese derecho que confiere la libertad de los individuos.
Muchas veces actuamos con los institntos correctos pero, la cultura social, los modos, el proceso mental del bien colectivo, muchas veces nos hacen seguir como rebaño, como cardumen, la corriente, la masa, y nos llevan a la infelicidad, al malestar, siendo que teníamos la felicidad en la puerta pero, somos necios y estultos, a más que no nos enseñan a decidir sino a seguir normas establecidas por otros. Muchas veces esas normas que se denominan "morales", nada tienen que ver ésas con la moral sino más bien con la fuerza de la costrumbre, una fuerza irreflexiva y bruta que nos niega la felicidad pues que, donde priva la moral social, priva la infelicidad.
Cierto estoy de que si hubiere yo propuesto a mi esposa de follar a tres, con Jaime, o a cuatro, como hoy veo que las parejas hacen para placer de ambos, mi esposa hubiera sido mucho más feliz pues que ella, mi ex esposa, asaz muy mucho que gustaba del sexo con harta holgura.
Jaime tenía la virtud de poseer la pasión por la lectura, él no sólo poseía los libros sino que como sugería Petrarca: los leía.
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